LA LOCURA
Una oscura figura se desprendió de su mente. Lo ha atormentado hasta el fin.
Los restos calcinados de leña en la antigua chimenea y las viejas
alfombras cubiertas a esta altura por asquerosos y putrefactos hongos
son dos de las cosas que caracterizan este agradable lugar…
Los fármacos en la alacena aguardaban ser consumidos.
Era extraño y prácticamente imposible que en estas habitaciones
maltratadas y azotadas por los años y la febril putrefacción de las
paredes hubiese algo que denotara felicidad o un mínimo destello opaco y
apagado de alegría. El resto de la ancestral edificación también era
antigua y muy llamativa pero, al parecer, totalmente normal y corriente.
Sin embargo la inquietante y fastuosa entrada despertaba muchos
misterios e inquietudes en la mente y los ojos del que
desafortunadamente allí se encontrara.
Smuggler tomó sus pastillas segundos después de abrir los ojos, como de
costumbre, sudado y agitado, consecuencia rutinaria de los amaneceres de
los últimos veinte años. Y desde que sintió aquella presencia extraña
junto a el en todos los lugares de la casa comenzó a tomar dos dosis de
los grises e inevitables fármacos que solo aminoraban su retorcida
esquizofrenia pero no borraban el dolor de su alma ni las extrañas
imágenes de su cabeza.
Con el pasar del tiempo la esquizofrenia desquiciada y sofocante de
Smuggler no empeoró pero sus sueños sí; el mundo dentro de su mente era
cada vez más grotesco y oscuro a tal punto que tuvo que permanecer tres
días despierto hasta que el agotamiento se encargó de todo.
Las agudas pesadillas de Smuggler siempre concluían de la misma manera
infernal e indeseada, era tragado, su vida era absorbida por completo
por algo macabro, vil y malvado que el no conocía ni quería conocer.
Él había ocupado esa casa desde que su antiguo dueño se había ido,
aunque muchos afirmaban que había desaparecido porque desde fines de
julio de hacía ya seis años ningún ser vivo en esta tierra lo había
vuelto a ver.
Smuggler se había mudado a esta extraña edificación cuando todo era
tranquilo; se encontraba ubicada al costado de un melancólico sendero
polvoriento de tierra fina y se alzaba detrás de un gris jardín en el
que nada crecía, nadie podía sonreír en aquel lugar.
A pesar de las famosas historias sobre la derruida casa que conformaban
de alguna manera una parte del folklore del pueblo, él necesitaba
silencio y tranquilidad, por lo que nunca prestó atención a esas
fantasiosas historias de pueblerinos crédulos e ignorantes hasta que una
de las noches enfermizas y agobiantes una figura oscura se desprendió
de su mente y lo atormentó hasta el día de su muerte. Él no se había
percatado de que el horror había aparecido allí hasta el día en que la
tenue música que sonaba en el antiguo y destartalado tocadiscos comenzó a
cortarse y a escucharse extraña, y las puertas de pronto se cerraban
con un golpe estruendoso sin razón alguna, y los vidrios explotaban cada
tanto, las sillas también se desacomodaban aún sin que él las tocara.
Tal vez todo era un simple producto de la esquizofrenia pero fuera lo
que fuere estaba deteriorando cada vez más la mente del desesperado
Smuggler.
Fue en el invierno de julio cuando comenzó a evaluar la situación y pensó en dejar la casa.
Habían sido tres meses insoportables y terroríficos aunque no había
habido más que voces, gritos, ruidos y desórdenes. A esta altura él ya
estaba acostumbrado a todo aquello y su esquizofrenia se había
transformado de pronto en una notable locura que era evidente y
entendible.
El miedo que comenzó a sentir fue cada vez mayor, cada día que pasaba
era la despedida de cualquier esbozo de felicidad o tranquilidad, la
tristeza aguardando la soledad y la muerte que iba en camino, y el canto
de los pájaros se había tornado apagado y desgarrador como un réquiem
fatal sin fin alguno, como una infinita pieza sacra escrita y dirigida
por el diablo.
Fue a fines de julio cuando vio aquello que lo había atormentado por
tanto tiempo. Pasó muchos días en el sótano luego de haber tenido la
desdichada fortuna de ver a aquello, la infrahumana presencia que había
convertido su vida en una tragedia constante.
Smuggler era delgado pero en ese momento, producto de la irreversible
locura, poseía un cuerpo escuálido, sus huesos sobresalían y su rostro
podía ser descrito por horas. Su rostro era una sola mueca aguda y
desquiciada de horror y soledad.
Mil demonios con muecas depravadas y retorcidas flotaban sobre cada noche y las cosas nunca estaban quietas.
Enloqueció por completo cuando descubrió que la heladera no era más que
un depósito refrigerado de sangre y repugnantes restos cuya procedencia
no conocía.
Smuggler pasó sus últimos días en el sótano y nunca más fue visto por la
gente del pueblo y tal vez los crédulos e ignorantes pueblerinos sabían
en realidad algo que él no.
Algo había escapado de su mente y había sido tan terrible como la propia muerte.
Algunas cosas que hay en nuestra mente nunca deben escapar porque pueden
matarnos y construir un mórbido infierno en nuestras vidas...
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