lgunos investigadores del tema, más
de acuerdo con la época, han manifestado que los fantasmas son producto
del subconsciente y que sólo los ven con la imaginación ciertas
personas. Pero, si esto fuera cierto, ¿qué explicación podría darse a
tantos casos increíbles?.
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¿Cómo explicar la presencia de un espíritu,
que viene a informar acerca de algo que el testigo desconocía, es
decir, que no estaba contenido en su subconsciente? Los antiguos tenían
en gran respeto a estas apariciones y es por esta razón que han llegado
hasta nosotros tantos testimonios valiosos.
Uno de los episodios con espíritus más
antiguo es el que vivió el poeta griego Simónides (556-467 a.C.). Iba
a emprender un viaje por mar. Daba la víspera un paseo por la playa
cuando encontró un cadáver abandonado en la playa. Abrió un hoyo y le
dio sepultura. Aquella misma noche se presentó ante él el alma del
difunto y le aconsejó no embarcar. El poeta siguió el consejo y salvó
la vida, puesto que el barco naufragó y murió hasta el último
pasajero.
Otro caso extraño es el de Cicerón cuatro
siglos más tarde. Decía que dos viajeros procedentes de Arcadia
llegaron a Megara para pasar la noche. Uno encontró alojamiento en casa
de un amigo, mientras el otro se acomodaba en una posada.
El primero acababa de cenar cuando le pareció
ver la figura de su compañero pidiendo ayuda. Decía que el posadero
iba a asesinarlo. Una hora más tarde regresó la figura, pero esta vez
para decir que era ya muerto y que el posadero se había quedado con su
bolsa. Su cuerpo estaba oculto en una carreta, bajo una capa de
estiercol. Debía aclarar la verdad, porque el posadero tenía la
intención de llevar el cuerpo lejos de la ciudad para enterrarlo. El
hombre escéptico fue a ver, finalmente, al posadero. Lo encontró en la
carreta, dispuesto a irse. Le gritó que quería ver el cuerpo que había
escondido en la carreta. El posadero huyó al verse descubierto.
Otra historia de aparecidos que hizo las
delicias de los romanos que vivieron en el siglo I de nuestra era sería
dada a conocer por Plinio el Joven (32-113). El filósofo Atenágoras
compró una casa que, según se decía, estaba embrujada. Le pareció
que la vendían a muy buen precio y se fue a vivir en ella. No tardó en
conocer a su habitante nocturno. Mientras trabajaba una noche a la luz
de una vela escuchó ruido de cadenas que se aproximaban al cuarto donde
se encontraba. Abandonó el filósofo la tarea para ver quién lo
interrumpía y descubrió a un anciano en harapos, con expresión de
loco, quien le hizo un gesto para que lo siguiese. Tuvo que insistir el
aparecido varias veces antes de que Atenágoras lo acompañase hasta un
patio interior, donde se desvaneció en el aire.
La mañana siguiente contrató el filósofo a
un hombre para que abriese un hoyo en aquel lugar. Apareció un
esqueleto cubierto de cadenas. Las autoridades llegaron a la casa y,
después de opinar que se trataba del anterior dueño de la casa, quien
había desaparecido años antes, se llevaron los huesos para darles
sepultura. El fantasma dejó de visitar al filósofo. Este pudo terminar
su libro.
Atenágoras no tenía por qué saber dónde
se encontraban los restos del desconocido, pero en otra visita
del más allá sucedida casi trece siglos más tarde, hay dudas
de que la historia pudo ser inventada por los hijos de Dante
Alighieri, el gran poeta florentino muerto en 1321.
Jacopo y Piero se habían dado cuenta
de que faltaban los últimos cantos de la Divina Comedia, los
relativos al Paraíso. Pensaron redactar ellos mismos el final
de la obra, para publicarla cuanto antes. No tuvieron que
recurrir a medidas tan extremas. Tal vez lo escuchó su ilustre
progenitor desde el otro mundo, o bien inventaron ambos una
hermosa historia, pero el caso es que ocho meses después de
muerto, apareció el fantasma del poeta. Iba envuelto en un
ropaje blanco y señaló a Jacopo el lugar exacto donde había
dejado sus manuscritos, en un escondrijo secreto. Jacopo corrió
en busca de Piero Guardini, discípulo de su padre, y hallaron
entre los dos lo que tanto habían anhelado. La obra de Dante
pudo ser publicada finalmente.
Pocos años más tarde sucedería el
episodio de Petrarca (1304-1374), el gran poeta renacentista
famoso por sus amores con Laura. Una noche despertó Petrarca y
vio desde la ventana a su amigo el obispo de Lombes, paseando
por el jardín. Dijo monseñor que venía de Gascuña y que se
dirigía a Roma. El poeta dijo que lo acompañaría en su viaje,
pero el obispo negó con una sonrisa. Todavía no le llegaba la
hora. No tardaría Petrarca en saber que el obispo falleció la
misma noche que lo visitó su espíritu.
La misma Catalina de Médicis que
tantos problemas tuvo con su brujo personal, el italiano
Ruggieri, se acostó la noche del 23 de diciembre de 1574
rodeada por varios cortesanos, según era costumbre en la corte
de Francia. Contemplaban a la reina un rato, mientras caía en
brazos de Morfeo y se retiraban en seguida de la alcoba. Estaban
aquella noche en torno a Catalina el rey de Navarra, el
arzobispo de Lyon y los señores de Retz, Sauve y Lignerolles.
De pronto, la reina declaró que acababa de aparecer ante ella
la figura del cardenal de Lorena, tendiéndole una mano.
Catalina envió un emisario a casa del cardenal. Pocos minutos más
tarde se enteraban, quienes no habían abandonado la alcoba, que
el santo varón acababa de entregar a Dios su espíritu.
Monseñor Luis de Sales se encontraba
el 28 de diciembre de 1622 en el castillo de Thuille, rodeado
por sus familiares, cuando sonó con fuerza la campanilla de la
puerta. El sirviente que fue a abrir no encontró a nadie, y
apenas había cerrado cuando se repitió el estridente sonido.
Monseñor, al enterarse de lo sucedido, ordenó descolgar la
campanilla, se hincó y comenzó a rezar por el alma de un amigo
difunto. Este amigo difunto resultó ser su propio hermano,
quien falleció en la ciudad de Ginebra a la misma hora de los
campanillazos.
En 1759 falleció en Francia el matemático
Pierre Louis de Maupertuis, miembro de la Academia. Siendo las
tres de la tarde, el difunto fue visto por varias personas, en
el edificio de la Academia. Estaba sentado, realizando unos cálculos.
Cuando uno de los testigos le dirigió la palabra, se desvaneció
en el aire.
También el gran naturista sueco Linneo
(1707-1778) tuvo ocasión de vivir una experiencia memorable. La
noche del 12 de julio de 1765 escuchó unos ruidos cuando se
encontraba trabajando en el museo por él creado. Reconoció los
pasos de su viejo amigo Karl Clerk. Se levantó y fue en su
busca, pero no encontró a nadie. Días más tarde se enteraría
de que Clerk había fallecido a la misma hora en que oyó sus
pasos vacilantes.
Un caso muy extraño, en el que hubo de
por medio un sueño clarividente, tuvo lugar días antes del 7 de
septiembre de 1812, cuando el ejército ruso se enfrentó al francés
en Borodino. La condesa Tuchkova soñó una noche que se
encontraba en una ciudad desconocida y que veía a su padre. Este
le decía que el conde su esposo acababa de morir en la batalla de
Borondino. La condesa contó el sueño a su esposo quien, a pesar
de ser general en el ejército, jamás había oído hablar de
ninguna población llamada Borondino. Sin embargo, existía ese
lugar, situado a once kilómetros de Moscú, donde se libraría
poco después una batalla en la que los rusos llevaron la peor
parte. La condesa, que esperaba el resultado de la lucha en una
ciudad que desconocía, se encontró con su padre, quien le informó
sobre la muerte del conde.
El 17 de marzo de 1863, la baronesa de
Boireve ofrecía una cena en su departamento del primer piso de la
rue Pasquier número 26. Estaban el general Fleury, ayudante de
Napoleón III, monsieur Devienne, primer presidente del tribunal
de justicia, monsieur Delevaux, presidente del tribunal del Sena,
y otros personajes importantes. Durante la cena se habló de la
expedición a México, iniciada el año anterior. La baronesa
preguntó al general si tenía noticias de su hijo, el teniente de
cazadores Honorato de Boisleve, quien formaba parte del grupo. Al
terminar la cena, la baronesa se levantó para dirigirse a la sala
donde se serviría el café. Los comensales oyeron un grito. La señora
se había desmayado. Al volver en sí contó una historia
extraordinaria.
Había visto a su hijo de uniforme, pero
sin armas y sin quepis. Su rostro poseía una palidez espectral y
en el ojo izquierdo ensangrentado se abría un espantoso orificio.
Era tan terrible la impresión que la dama creyó morir. La
tranquilizaron diciendo que se trataba de una alucinación
causada por los nervios. A la mañana siguiente se había
recobrado ya. Pero unas semanas más tarde se le informó
oficialmente que el 17 de marzo, siendo las 2:50 de la tarde,
Honorato de Boisleve recibió una bala en la cabeza durante el
asalto a Puebla y murió al instante. La diferencia de horario se
explicaba por la de los meridianos, puesto que en América sale el
sol unas siete horas antes que en Europa.
Una noche de 1880, Lord Dufferin despertó
sobresaltado en una casa de Irlanda a donde había sido invitado.
Se asomó a la ventana y vio en el jardín a un hombre que se
tambaleaba bajo el peso de un ataúd. Lord Dufferin le preguntó
airadamente qué hacía a hora tan tardía. El hombre le levantó
la cabeza y mostró una expresión horrorosa. Diez años más
tarde, Dufferin se encontraba en París. En el momento de entrar
en el ascensor del Grand Hotel retrocedió al reconocer en el ascensor
al hombre que lo asustó aquella noche en Irlanda. Se
negó a subir. Fue a la gerencia a indagar sobre la identidad de
aquel misterioso individuo. Nadie lo conocía. Y mientras hablaba
con el empleado, un espantoso ruido estremeció el edificio.
Acababa de desplomarse el elevador desde el quinto piso, matando a
todos sus ocupantes.
Otros santos que también abandonaron la
tierra en algún momento y permanecieron suspendidos a corta
distancia del suelo, sin realizar grandes prodigios fueron
Francisco de Paula, Francisco Javier, Tomás de Villanueva,
Ignacio de Loyola y Luis Beltrán. Casi todos ellos vivieron en
los países más católicos, como eran Italia y España, pero también
conserva la historia casos sucedidos al otro lado del Atlántico.
Al venerable Antonio Margil, franciscano
que vivió en Guatemala y en la Nueva España en el siglo XVIII,
se le atribuye una singular aventura que sería presenciada por el
padre Jerónimo García.
Se había
presentado éste en la capilla
para llamar a la primera misa del día cando sintió una
corriente de aire. Levantó la mirada y vio al padre Margil, los
brazos abiertos, dando vueltas por la bóveda como un
pájaro
buscando la salida del lugar donde lo encerraron.
En cuanto al caso muy especial de Teresa
de Ávila, ella misma se ocuparía de reseñarlo en las memorias
de su vida. Y su Acta Sanctorum se encargaría de confirmar sus
numerosos vuelos, algunos de los actuales serían presenciados por
el padre Bruno. La santa había sabido mantener en secreto sus
habilidades. Sus compañeras del convento fueron discretas y jamás
dijeron nada de lo que vieron, pero llegó el día en que todo se
descubrió.
Durante una misa celebrada por el obispo
Álvaro de Mendoza, las religiosas escuchaban detrás de un
orificio abierto en un muro de la iglesia. El obispo descendió
lentamente del altar, seguido por sus acólitos, para entregar la
hostia a las monjas. En el momento de hincarse Teresa, iluminó su
rostro una expresión de beatífica dicha.
Siguió un grito de pánico al sentir que
se elevaba sin poder evitarlo. Y mientras el obispo le tendía la
hostia, la religiosa ascendió hasta perderse de vista. En el
momento de perder contacto con la tierra, intentó resistirse,
pero aceptó finalmente lo que muchos consideraban un milagro.
El famoso novelista francés Alejandro
Dumas contaba que su padre el general Dumas murió el 26 de
febrero de 1806 en la población de Villers-Cotteret cuando el
tenía cuatro años. Aquella noche, él y su prima fueron
despertados por unos fuertes golpes. La joven se levantó
asustada. El niño la imitó y, tomando una vela, fueron los dos
al piso de abajo. Al preguntar Alejandro a su prima que podía
causar aquellos ruidos, contestó ella que era su padre, que
informaba así que acababa de morir y venía a despedirse de
ellos.
Algo por el
estilo le sucedería después
a Walter Scott, el gran novelista escocés autor de
Ivanhoe. Vivía
en una casona de Abbotsford, que había sido decorada y
amueblada por su gran amigo George Bullock. El 30 de abril,
Scott escribió a Daniel Terry, amigo de ambos, para
decirle que
lo había despertado la noche anterior un ruido violento,
pero
que no pudo hallar al culpable. Días después contestaría
Terry: Bullock murió en el preciso momento de producirse
los
ruidos sobrenaturales.
Giuseppe Cavagnaro era estudiante en
1899 en la ciudad de Génova. Una mañana repasaba una lección
de griego cuando se abrió una puerta y entró una joven n camisón,
de largos cabellos castaños. Dedicó una sonrisa a Giuseppe y
penetró en una habitación contigua, donde se encontraba el
padre del estudiante. Como éste preguntase más tarde por la
desconocida, el padre no supo que contestar. Buscaron los dos
por toda la casa. Nadie había visto a la joven. Consultaron el
caso con los vecinos y vinieron a enterarse de que el año
anterior había muerto en la habitación del estudiante una
muchacha idéntica a la descrita por el estudiante, en
circunstancias dramáticas.
El pintor belga Jean Laudy visitaba a
unos amigos en la población minera de Charleroi. El pintor
preguntó a quién pertenecía la mano que se agitaba a los
lejos, como diciendo adiós. Sus amigos nada vieron. Debía ser
una ilusión óptica. Pero días más tarde, Laudy recibía una
carta desde Charleroi. En el mismo lugar donde vio agitarse una
mano como despidiéndose se había suicidado un joven dos días
antes.
El pintor Toulouse-Lautrec vivió
durante su niñez en el castillo de Boussagues, en el sur de
Francia, que pertenecía a partir de 1890 a la congregación de
las Hermanas de la Sagrada Familia. El pintor murió el 9 de septiembre de 1901, a la edad de
treinta y siete años. Su madre
recibiría más tarde una carta firmada por cierta sor Delfina.
decía que solía visitar el castillo un hombre vestido de
blanco, de corta estatura y larga barba negra, quien se dirigía
a ella para pedir un vaso de coñac. Al no ser atendida su
petición, se alejaba furioso, deteniendo a su paso el péndulo
del reloj.
Otra aparición famosa sería la de
Arthur Conan Doyle, cuyo espíritu airado se presentaba en la
casa donde antes vivió para protestar por la instalación de un
elevador. También sería recordado el fantasma visto en el
campo de batalla delga durante la Primera Guerra Mundial. Era un
extraño guerrero envuelto en una luz, montado en un caballo
blanco, que levantó su larga lanza en dirección a los soldados
alemanes. El extraordinario espectáculo sería contemplado por
miles de combatientes de ambos bandos. Los ingleses dirían que
era San Jorge en persona, que llegó el 28 de agosto de 1914 en
su ayuda, en el campo de batalla de Mons.
También en la Primera Guerra Mundial
ha llegado la historia de cierto Ostrovsky, que huyó con su
familia de Rusia, durante la Revolución de Octubre, y llegó a
un hotel de París. La primera noche, escuchó unos pasos y vio
a un oficial francés tomar asiento en un sillón, sacar un arma
y dispararse un tiro en la cabeza. El joven Ostrovsky corrió en
busca de ayuda. Encontró a un empleado que no pareció
impresionarle con la noticia. Acompañó al ruso al cuarto.
Nadie había en el sillón. Explicó que un capitán francés se
había suicidado en el mismo cuarto la semana anterior y que
aparecía de vez en cuando.
Pero de todos los casos conocidos de
visiones fantasmales, tal vez el más curioso haya sido el
sucedido en 1901 en Versalles.
Era Una Calurosa De Verano
En ciertas ocasiones todavía es posible
ver reflejado en uno de sus espejos la figura agresiva de Goerges
Clemenceau, artífice de la victoria aliada sobre los alemanes y
encargado en 1919 de negociar el llamado Tratado de Versalles.
Pero ver los fieros bigotes de aquel político a quien apodaron el
Tigre no se compara con lo que tuvieron ocasión de contemplar 18
años antes, en el mismo palacio, dos maestras inglesas: Carol A.
E. Moberley y Emily F. Jourdain.
Habían llegado a Versalles y recorrieron
sus jardines por todas partes. Finalmente, se sintieron fatigadas
y buscaron un guía que les indicase la salida. Pero no sólo no
encontraron a nadie, sino que sintieron una extraña quietud en el
aire. Se encontraron de pronto con dos hombres vestidos a la moda
de fines de siglo XVIII. Las dos inglesas supusieron que iban a
una fiesta de disfraces. Les preguntaron por la salida. No
recibieron ninguna respuesta. Siguieron su camino y pasaron cerca
de una casa, a cuya puerta vieron a una jovencita y una anciana,
ataviadas también a la moda de un siglo antes.
Fueron desfilando otras personas
igualmente con ropas como las usadas en los tiempos de Luis XV...
Finalmente llegaron a la puerta de salida y se encontraron fuera
de los antiguos dominios reales. Tomaron el primer tren y llegaron
a Inglaterra. Cada una de las misses escribió entonces cuanto vio
y se lo dio a leer a su compañera. Coincidían los relatos. No
había sufrido una de ellas alucinaciones, sino que habían
contemplado el mismo fenómeno.
Regresaron tres años más tarde a
Versalles, para examinarlo todo con calma. No encontraron a nadie
disfrazado, ni tampoco algunos edificios que vieron la primera
vez. Se dedicaron entonces a estudiar la historia de Versalles,
juntaron material informativo y escribieron aquella tarde de
agosto de 1901. Si creían que iban a burlarse los lectores de sus
impresiones, traducidas en forma de libro, se equivocaban, porque
comenzaron a recibir cartas y confidencias de personas que
vivieron aventuras semejantes a la suya.
Por ejemplo, el señor John
Crooke, su
esposa Kate y su hijo Stephen les dirían que en 1907, cuando vivían
en la calle de Maurepas, frente a los jardines de Versalles,
vieron una vez que el parque y el palacio perdían el aspecto de
todos los días y adquiría un aspecto fantástico, como si los
contemplasen a través de un cristal deformado. Incluso tuvieron
ocasión de ver personas ataviadas a la moda de fines del siglo
XVIII.
En 1982, dos jovencitas inglesas. Claire
Burroughs y Anna Lambert, visitaban el templo del amor, situado a
corta distancia de Petit Trianon, cuando vieron a un anciano
vestido con un antiguo uniforme militar. Fueron las dos a verlo de
cerca, pero el personaje se desvaneció de pronto en el aire,
misteriosamente.
En 1949, una tal Miss Bassett, que
visitaba también el Petit Trianon, observó la presencia de unos
personajes vestidos a la usanza de hacía siglo y medio, que
desaparecieron de pronto. Lo mismo sucedió el 21 de mayo de 1955
con el matrimonio inglés que presenció el paso de varios seres
fantasmales por el jardín.
En las inmediaciones de Versalles se
encuentra un extenso bosque que en los tiempos anteriores a la
llegada de las legiones romanas tenía fama ya de estar embrujado.
Allí realizaban sus prácticas hechiceras los sacerdotes druidas.
¿Dominan en la región de Versalles
condiciones muy especiales consecuencia de yacimientos subterráneos
de materiales magnéticos, por ejemplo, que logran influir en la
cuarta dimensión y proyectar desde el pasado visiones ya
desaparecidas? Lo más extraordinario del caso de los fantasmas de
Versalles es que sólo han sido vistos por súbditos de Gran Bretaña.
¿No es esto muy extraño?.
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