miércoles, 6 de marzo de 2013

¿EXISTEN LOS FANTASMAS?



lgunos investigadores del tema, más de acuerdo con la época, han manifestado que los fantasmas son producto del subconsciente y que sólo los ven con la imaginación ciertas personas. Pero, si esto fuera cierto, ¿qué explicación podría darse a tantos casos increíbles?.





¿Cómo explicar la presencia de un espíritu, que viene a informar acerca de algo que el testigo desconocía, es decir, que no estaba contenido en su subconsciente? Los antiguos tenían en gran respeto a estas apariciones y es por esta razón que han llegado hasta nosotros tantos testimonios valiosos. 
Uno de los episodios con espíritus más antiguo es el que vivió el poeta griego Simónides (556-467 a.C.). Iba a emprender un viaje por mar. Daba la víspera un paseo por la playa cuando encontró un cadáver abandonado en la playa. Abrió un hoyo y le dio sepultura. Aquella misma noche se presentó ante él el alma del difunto y le aconsejó no embarcar. El poeta siguió el consejo y salvó la vida, puesto que el barco naufragó y murió hasta el último pasajero.
Otro caso extraño es el de Cicerón cuatro siglos más tarde. Decía que dos viajeros procedentes de Arcadia llegaron a Megara para pasar la noche. Uno encontró alojamiento en casa de un amigo, mientras el otro se acomodaba en una posada.
El primero acababa de cenar cuando le pareció ver la figura de su compañero pidiendo ayuda. Decía que el posadero iba a asesinarlo. Una hora más tarde regresó la figura, pero esta vez para decir que era ya muerto y que el posadero se había quedado con su bolsa. Su cuerpo estaba oculto en una carreta, bajo una capa de estiercol. Debía aclarar la verdad, porque el posadero tenía la intención de llevar el cuerpo lejos de la ciudad para enterrarlo. El hombre escéptico fue a ver, finalmente, al posadero. Lo encontró en la carreta, dispuesto a irse. Le gritó que quería ver el cuerpo que había escondido en la carreta. El posadero huyó al verse descubierto.
Otra historia de aparecidos que hizo las delicias de los romanos que vivieron en el siglo I de nuestra era sería dada a conocer por Plinio el Joven (32-113). El filósofo Atenágoras compró una casa que, según se decía, estaba embrujada. Le pareció que la vendían a muy buen precio y se fue a vivir en ella. No tardó en conocer a su habitante nocturno. Mientras trabajaba una noche a la luz de una vela escuchó ruido de cadenas que se aproximaban al cuarto donde se encontraba. Abandonó el filósofo la tarea para ver quién lo interrumpía y descubrió a un anciano en harapos, con expresión de loco, quien le hizo un gesto para que lo siguiese. Tuvo que insistir el aparecido varias veces antes de que Atenágoras lo acompañase hasta un patio interior, donde se desvaneció en el aire.
La mañana siguiente contrató el filósofo a un hombre para que abriese un hoyo en aquel lugar. Apareció un esqueleto cubierto de cadenas. Las autoridades llegaron a la casa y, después de opinar que se trataba del anterior dueño de la casa, quien había desaparecido años antes, se llevaron los huesos para darles sepultura. El fantasma dejó de visitar al filósofo. Este pudo terminar su libro.
 

Atenágoras no tenía por qué saber dónde se encontraban los restos del desconocido, pero en otra visita del más allá sucedida casi trece siglos más tarde, hay dudas de que la historia pudo ser inventada por los hijos de Dante Alighieri, el gran poeta florentino muerto en 1321.
Jacopo y Piero se habían dado cuenta de que faltaban los últimos cantos de la Divina Comedia, los relativos al Paraíso. Pensaron redactar ellos mismos el final de la obra, para publicarla cuanto antes. No tuvieron que recurrir a medidas tan extremas. Tal vez lo escuchó su ilustre progenitor desde el otro mundo, o bien inventaron ambos una hermosa historia, pero el caso es que ocho meses después de muerto, apareció el fantasma del poeta. Iba envuelto en un ropaje blanco y señaló a Jacopo el lugar exacto donde había dejado sus manuscritos, en un escondrijo secreto. Jacopo corrió en busca de Piero Guardini, discípulo de su padre, y hallaron entre los dos lo que tanto habían anhelado. La obra de Dante pudo ser publicada finalmente.
Pocos años más tarde sucedería el episodio de Petrarca (1304-1374), el gran poeta renacentista famoso por sus amores con Laura. Una noche despertó Petrarca y vio desde la ventana a su amigo el obispo de Lombes, paseando por el jardín. Dijo monseñor que venía de Gascuña y que se dirigía a Roma. El poeta dijo que lo acompañaría en su viaje, pero el obispo negó con una sonrisa. Todavía no le llegaba la hora. No tardaría Petrarca en saber que el obispo falleció la misma noche que lo visitó su espíritu.
La misma Catalina de Médicis que tantos problemas tuvo con su brujo personal, el italiano Ruggieri, se acostó la noche del 23 de diciembre de 1574 rodeada por varios cortesanos, según era costumbre en la corte de Francia. Contemplaban a la reina un rato, mientras caía en brazos de Morfeo y se retiraban en seguida de la alcoba. Estaban aquella noche en torno a Catalina el rey de Navarra, el arzobispo de Lyon y los señores de Retz, Sauve y Lignerolles. De pronto, la reina declaró que acababa de aparecer ante ella la figura del cardenal de Lorena, tendiéndole una mano. Catalina envió un emisario a casa del cardenal. Pocos minutos más tarde se enteraban, quienes no habían abandonado la alcoba, que el santo varón acababa de entregar a Dios su espíritu.
Monseñor Luis de Sales se encontraba el 28 de diciembre de 1622 en el castillo de Thuille, rodeado por sus familiares, cuando sonó con fuerza la campanilla de la puerta. El sirviente que fue a abrir no encontró a nadie, y apenas había cerrado cuando se repitió el estridente sonido. Monseñor, al enterarse de lo sucedido, ordenó descolgar la campanilla, se hincó y comenzó a rezar por el alma de un amigo difunto. Este amigo difunto resultó ser su propio hermano, quien falleció en la ciudad de Ginebra a la misma hora de los campanillazos.
En 1759 falleció en Francia el matemático Pierre Louis de Maupertuis, miembro de la Academia. Siendo las tres de la tarde, el difunto fue visto por varias personas, en el edificio de la Academia. Estaba sentado, realizando unos cálculos. Cuando uno de los testigos le dirigió la palabra, se desvaneció en el aire.
También el gran naturista sueco Linneo (1707-1778) tuvo ocasión de vivir una experiencia memorable. La noche del 12 de julio de 1765 escuchó unos ruidos cuando se encontraba trabajando en el museo por él creado. Reconoció los pasos de su viejo amigo Karl Clerk. Se levantó y fue en su busca, pero no encontró a nadie. Días más tarde se enteraría de que Clerk había fallecido a la misma hora en que oyó sus pasos vacilantes.

Un caso muy extraño, en el que hubo de por medio un sueño clarividente, tuvo lugar días antes del 7 de septiembre de 1812, cuando el ejército ruso se enfrentó al francés en Borodino. La condesa Tuchkova soñó una noche que se encontraba en una ciudad desconocida y que veía a su padre. Este le decía que el conde su esposo acababa de morir en la batalla de Borondino. La condesa contó el sueño a su esposo quien, a pesar de ser general en el ejército, jamás había oído hablar de ninguna población llamada Borondino. Sin embargo, existía ese lugar, situado a once kilómetros de Moscú, donde se libraría poco después una batalla en la que los rusos llevaron la peor parte. La condesa, que esperaba el resultado de la lucha en una ciudad que desconocía, se encontró con su padre, quien le informó sobre la muerte del conde.
El 17 de marzo de 1863, la baronesa de Boireve ofrecía una cena en su departamento del primer piso de la rue Pasquier número 26. Estaban el general Fleury, ayudante de Napoleón III, monsieur Devienne, primer presidente del tribunal de justicia, monsieur Delevaux, presidente del tribunal del Sena, y otros personajes importantes. Durante la cena se habló de la expedición a México, iniciada el año anterior. La baronesa preguntó al general si tenía noticias de su hijo, el teniente de cazadores Honorato de Boisleve, quien formaba parte del grupo. Al terminar la cena, la baronesa se levantó para dirigirse a la sala donde se serviría el café. Los comensales oyeron un grito. La señora se había desmayado. Al volver en sí contó una historia extraordinaria.
Había visto a su hijo de uniforme, pero sin armas y sin quepis. Su rostro poseía una palidez espectral y en el ojo izquierdo ensangrentado se abría un espantoso orificio. Era tan terrible la impresión que la dama creyó morir. La tranquilizaron diciendo que se trataba de una alucinación causada por los nervios. A la mañana siguiente se había recobrado ya. Pero unas semanas más tarde se le informó oficialmente que el 17 de marzo, siendo las 2:50 de la tarde, Honorato de Boisleve recibió una bala en la cabeza durante el asalto a Puebla y murió al instante. La diferencia de horario se explicaba por la de los meridianos, puesto que en América sale el sol unas siete horas antes que en Europa.
Una noche de 1880, Lord Dufferin despertó sobresaltado en una casa de Irlanda a donde había sido invitado. Se asomó a la ventana y vio en el jardín a un hombre que se tambaleaba bajo el peso de un ataúd. Lord Dufferin le preguntó airadamente qué hacía a hora tan tardía. El hombre le levantó la cabeza y mostró una expresión horrorosa. Diez años más tarde, Dufferin se encontraba en París. En el momento de entrar en el ascensor del Grand Hotel retrocedió al reconocer en el ascensor al hombre que lo asustó aquella noche en Irlanda. Se negó a subir. Fue a la gerencia a indagar sobre la identidad de aquel misterioso individuo. Nadie lo conocía. Y mientras hablaba con el empleado, un espantoso ruido estremeció el edificio. Acababa de desplomarse el elevador desde el quinto piso, matando a todos sus ocupantes.
Otros santos que también abandonaron la tierra en algún momento y permanecieron suspendidos a corta distancia del suelo, sin realizar grandes prodigios fueron Francisco de Paula, Francisco Javier, Tomás de Villanueva, Ignacio de Loyola y Luis Beltrán. Casi todos ellos vivieron en los países más católicos, como eran Italia y España, pero también conserva la historia casos sucedidos al otro lado del Atlántico.
Al venerable Antonio Margil, franciscano que vivió en Guatemala y en la Nueva España en el siglo XVIII, se le atribuye una singular aventura que sería presenciada por el padre Jerónimo García.
Se había presentado éste en la capilla para llamar a la primera misa del día cando sintió una corriente de aire. Levantó la mirada y vio al padre Margil, los brazos abiertos, dando vueltas por la bóveda como un pájaro buscando la salida del lugar donde lo encerraron.
En cuanto al caso muy especial de Teresa de Ávila, ella misma se ocuparía de reseñarlo en las memorias de su vida. Y su Acta Sanctorum se encargaría de confirmar sus numerosos vuelos, algunos de los actuales serían presenciados por el padre Bruno. La santa había sabido mantener en secreto sus habilidades. Sus compañeras del convento fueron discretas y jamás dijeron nada de lo que vieron, pero llegó el día en que todo se descubrió.
Durante una misa celebrada por el obispo Álvaro de Mendoza, las religiosas escuchaban detrás de un orificio abierto en un muro de la iglesia. El obispo descendió lentamente del altar, seguido por sus acólitos, para entregar la hostia a las monjas. En el momento de hincarse Teresa, iluminó su rostro una expresión de beatífica dicha.
Siguió un grito de pánico al sentir que se elevaba sin poder evitarlo. Y mientras el obispo le tendía la hostia, la religiosa ascendió hasta perderse de vista. En el momento de perder contacto con la tierra, intentó resistirse, pero aceptó finalmente lo que muchos consideraban un milagro.

El famoso novelista francés Alejandro Dumas contaba que su padre el general Dumas murió el 26 de febrero de 1806 en la población de Villers-Cotteret cuando el tenía cuatro años. Aquella noche, él y su prima fueron despertados por unos fuertes golpes. La joven se levantó asustada. El niño la imitó y, tomando una vela, fueron los dos al piso de abajo. Al preguntar Alejandro a su prima que podía causar aquellos ruidos, contestó ella que era su padre, que informaba así que acababa de morir y venía a despedirse de ellos.
Algo por el estilo le sucedería después a Walter Scott, el gran novelista escocés autor de Ivanhoe. Vivía en una casona de Abbotsford, que había sido decorada y amueblada por su gran amigo George Bullock. El 30 de abril, Scott escribió a Daniel Terry, amigo de ambos, para decirle que lo había despertado la noche anterior un ruido violento, pero que no pudo hallar al culpable. Días después contestaría Terry: Bullock murió en el preciso momento de producirse los ruidos sobrenaturales.
Giuseppe Cavagnaro era estudiante en 1899 en la ciudad de Génova. Una mañana repasaba una lección de griego cuando se abrió una puerta y entró una joven n camisón, de largos cabellos castaños. Dedicó una sonrisa a Giuseppe y penetró en una habitación contigua, donde se encontraba el padre del estudiante. Como éste preguntase más tarde por la desconocida, el padre no supo que contestar. Buscaron los dos por toda la casa. Nadie había visto a la joven. Consultaron el caso con los vecinos y vinieron a enterarse de que el año anterior había muerto en la habitación del estudiante una muchacha idéntica a la descrita por el estudiante, en circunstancias dramáticas.
El pintor belga Jean Laudy visitaba a unos amigos en la población minera de Charleroi. El pintor preguntó a quién pertenecía la mano que se agitaba a los lejos, como diciendo adiós. Sus amigos nada vieron. Debía ser una ilusión óptica. Pero días más tarde, Laudy recibía una carta desde Charleroi. En el mismo lugar donde vio agitarse una mano como despidiéndose se había suicidado un joven dos días antes.
El pintor Toulouse-Lautrec vivió durante su niñez en el castillo de Boussagues, en el sur de Francia, que pertenecía a partir de 1890 a la congregación de las Hermanas de la Sagrada Familia. El pintor murió el 9 de septiembre de 1901, a la edad de treinta y siete años. Su madre recibiría más tarde una carta firmada por cierta sor Delfina. decía que solía visitar el castillo un hombre vestido de blanco, de corta estatura y larga barba negra, quien se dirigía a ella para pedir un vaso de coñac. Al no ser atendida su petición, se alejaba furioso, deteniendo a su paso el péndulo del reloj.
Otra aparición famosa sería la de Arthur Conan Doyle, cuyo espíritu airado se presentaba en la casa donde antes vivió para protestar por la instalación de un elevador. También sería recordado el fantasma visto en el campo de batalla delga durante la Primera Guerra Mundial. Era un extraño guerrero envuelto en una luz, montado en un caballo blanco, que levantó su larga lanza en dirección a los soldados alemanes. El extraordinario espectáculo sería contemplado por miles de combatientes de ambos bandos. Los ingleses dirían que era San Jorge en persona, que llegó el 28 de agosto de 1914 en su ayuda, en el campo de batalla de Mons.
También en la Primera Guerra Mundial ha llegado la historia de cierto Ostrovsky, que huyó con su familia de Rusia, durante la Revolución de Octubre, y llegó a un hotel de París. La primera noche, escuchó unos pasos y vio a un oficial francés tomar asiento en un sillón, sacar un arma y dispararse un tiro en la cabeza. El joven Ostrovsky corrió en busca de ayuda. Encontró a un empleado que no pareció impresionarle con la noticia. Acompañó al ruso al cuarto. Nadie había en el sillón. Explicó que un capitán francés se había suicidado en el mismo cuarto la semana anterior y que aparecía de vez en cuando.
Pero de todos los casos conocidos de visiones fantasmales, tal vez el más curioso haya sido el sucedido en 1901 en Versalles.

Era Una Calurosa De Verano

En ciertas ocasiones todavía es posible ver reflejado en uno de sus espejos la figura agresiva de Goerges Clemenceau, artífice de la victoria aliada sobre los alemanes y encargado en 1919 de negociar el llamado Tratado de Versalles. Pero ver los fieros bigotes de aquel político a quien apodaron el Tigre no se compara con lo que tuvieron ocasión de contemplar 18 años antes, en el mismo palacio, dos maestras inglesas: Carol A. E. Moberley y Emily F. Jourdain.
Habían llegado a Versalles y recorrieron sus jardines por todas partes. Finalmente, se sintieron fatigadas y buscaron un guía que les indicase la salida. Pero no sólo no encontraron a nadie, sino que sintieron una extraña quietud en el aire. Se encontraron de pronto con dos hombres vestidos a la moda de fines de siglo XVIII. Las dos inglesas supusieron que iban a una fiesta de disfraces. Les preguntaron por la salida. No recibieron ninguna respuesta. Siguieron su camino y pasaron cerca de una casa, a cuya puerta vieron a una jovencita y una anciana, ataviadas también a la moda de un siglo antes.
Fueron desfilando otras personas igualmente con ropas como las usadas en los tiempos de Luis XV... Finalmente llegaron a la puerta de salida y se encontraron fuera de los antiguos dominios reales. Tomaron el primer tren y llegaron a Inglaterra. Cada una de las misses escribió entonces cuanto vio y se lo dio a leer a su compañera. Coincidían los relatos. No había sufrido una de ellas alucinaciones, sino que habían contemplado el mismo fenómeno.
Regresaron tres años más tarde a Versalles, para examinarlo todo con calma. No encontraron a nadie disfrazado, ni tampoco algunos edificios que vieron la primera vez. Se dedicaron entonces a estudiar la historia de Versalles, juntaron material informativo y escribieron aquella tarde de agosto de 1901. Si creían que iban a burlarse los lectores de sus impresiones, traducidas en forma de libro, se equivocaban, porque comenzaron a recibir cartas y confidencias de personas que vivieron aventuras semejantes a la suya.
Por ejemplo, el señor John Crooke, su esposa Kate y su hijo Stephen les dirían que en 1907, cuando vivían en la calle de Maurepas, frente a los jardines de Versalles, vieron una vez que el parque y el palacio perdían el aspecto de todos los días y adquiría un aspecto fantástico, como si los contemplasen a través de un cristal deformado. Incluso tuvieron ocasión de ver personas ataviadas a la moda de fines del siglo XVIII.
En 1982, dos jovencitas inglesas. Claire Burroughs y Anna Lambert, visitaban el templo del amor, situado a corta distancia de Petit Trianon, cuando vieron a un anciano vestido con un antiguo uniforme militar. Fueron las dos a verlo de cerca, pero el personaje se desvaneció de pronto en el aire, misteriosamente.
En 1949, una tal Miss Bassett, que visitaba también el Petit Trianon, observó la presencia de unos personajes vestidos a la usanza de hacía siglo y medio, que desaparecieron de pronto. Lo mismo sucedió el 21 de mayo de 1955 con el matrimonio inglés que presenció el paso de varios seres fantasmales por el jardín.
En las inmediaciones de Versalles se encuentra un extenso bosque que en los tiempos anteriores a la llegada de las legiones romanas tenía fama ya de estar embrujado. Allí realizaban sus prácticas hechiceras los sacerdotes druidas.
¿Dominan en la región de Versalles condiciones muy especiales consecuencia de yacimientos subterráneos de materiales magnéticos, por ejemplo, que logran influir en la cuarta dimensión y proyectar desde el pasado visiones ya desaparecidas? Lo más extraordinario del caso de los fantasmas de Versalles es que sólo han sido vistos por súbditos de Gran Bretaña. ¿No es esto muy extraño?.

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